De las muchas cosas que uno no debe dejar de hacer, visitando el epicentro de la Segunda Guerra Mundial, Berlín, es acercarse hasta uno de los lugares con mayor carga histórica, el Campo de Concentración de Sachsenhausen.
En las zonas cercanas de la capital Alemana, a una hora en tren se encuentra uno de los rastros mas fehacientes de la crueldad humana, no solo la crueldad y frialdad de los nazis sino en realidad de la condición humana, que sin lugar a dudas siempre ha llegado hasta límites inimaginados para conseguir los sueños de pocos a costa de muchos.
Existe una fundación encargada de mantener abierto al público, uno de los tantos lugares representativos del régimen nazi que tantas vidas cobró, entre hindis, romas, homosexuales y judíos. Este lugar es el primer campo de concentración que se construyó con todas las especificaciones para realizar la denominada “Solución Final”, con la cual Adolf Hitler acabaría con las razas impuras.
Con una planta panóptica, es decir controlada por un solo punto de observación general, el campo de concentración contaba con todas las zonas requeridas para la concentración, encarcelamiento, trabajo, experimentación y eliminación de los grupos perseguidos. La entrada al campo se hace a través del pabellón A, un pabellón sencillo de dos plantas y una tercera centrada que hace las veces de torre de vigilancia. Desde allí un patio semicircular en donde se formaban todos los “habitantes” del campo, y proyectadas radialmente los pabellones de concentración, en la actualidad, podemos ver un muro semicircular en donde se marcan cada uno de los pabellones, ubicando la posición original de los edificios construidos en madera.
Nuestro recorrido empieza allí, tras la puerta de reja, bajo el pabellón A, en donde se puede leer “El trabajo os hará libres” comienzo a darme cuenta de la extraña sensación de ser un turista donde muchos otros fueron cautivos. Algunas de las pocas construcciones que quedan fueron testigos reales de muchas de las cosas que en verdad no imaginamos que puedan ser pan de cada día en lugares como las selvas de Colombia, los desiertos del Oriente o las cárceles Americanas en Cuba. Existen ahora ruinas, reconstrucciones y monumentos dentro del campo, todo ello con la única intención de recordar al hombre aquello que es capaz de hacer.
Nuestra primera parada, un dormitorio, construido en madera y en donde bastante ajustados entramos 25 turistas. Letrinas, comedor y habitación se encontraban dentro, para la vida de 300 personas, las camas insuficientes eran espacios de conflicto, además de sus dos o tres inquilinos, veían como unos y otro peleaban por un espacio para poder dormir, y cómo, ir al baño en la noche podía implicar perder el lugar no tan cómodo pero al menos horizontal para reposar y tratar de soñar con algo fuera de los muros. Camarotes apilados a lado y lado servían como colmena y refugio, por lo menos temporal a cientos de cautivos.
Más allá la cárcel, la cama segura. Una celda por persona, una cama, un espacio, un aire para poder respirar. Todo un lujo, que se pagaba caro. Tortura, hambre, aislamiento, y muerte. Justo al lado de la cárcel, encontramos tres troncos, con un gancho en la parte superior, desde donde se colgaban a los prisioneros, se fusilaban. Más allá, tras el rastro de las ejecuciones podemos ver parte del monumento construido en nombre de todas las víctimas del campo.
Donde hace años existieran muchos pabellones hoy tan solo hay una pradera, un espacio vació, una carga de historia. Los rastros originales se los va comiendo el tiempo, la naturaleza, lo árboles y el viento. El monumento a la liberación del campo se encuentra al final de la zona que ocupaban los pabellones, en el vemos los triángulos, los sellos, las marcas de cada uno de los 18 tipos de prisioneros que se encontraban en el campo.
Como prisioneros, su trabajo consistía en probar material para la guerra, en servir de ratas de laboratorio para las grandes empresas estatales, eran fuerza bruta, sin remuneración. No merecían respeto, ni alimentación, ni cuidados, eran los nuevos esclavos, otros bueyes mas para el arado.
Más alla de las zonas visibles, el pabellón Z, denominado así por ser la “salida” del campo, según los guardias, entrabas por la A y debías salir por la Z. Claro esta el pabellón de Ejecución. Un pabellón pequeño, que no pretendía sustituir para nada los campos de exterminio sino por el contrario ser una partida para estos lugares, era el lugar de experimentación de diferentes sustancias. Sobre los cimientos de aquel lugar se erige hoy una construcción liviana, que enmarca bajo un solo techo, las duchas de gas, los hornos de cremación y los consultorios médicos, todos ellos lugares en donde se exterminaba en masa o unitariamente a los prisioneros, que seguramente, con alguna esperanza en su corazón, salían de los pabellones hacia el desconocido paradero tras las puertas del Pabellón Z.
Luego, pasamos a los pabellones de enfermería, muy cerca de la morgue. Estas construcciones que quedaron del campo original mantienen un aire pesado, a pesar de ser hoy salas de exposición con la historia de quienes habitaron este lugar durante la guerra, médicos y enfermeras, el lugar guarda un respecto enorme por el pasado, se mantiene el olor antiséptico, parece que recién ayer hubieran lavado todas esas paredes que seguramente habrán sido pintadas en sangre mas de una vez. Las puertas se cerraban con la fuerza del terror, recordando que quien entraba allí, allí se quedaba, casi como una tumba, como el caer de una gran piedra sobre el sepulcro, sobre el último lugar de destino. Las historias expuestas cuentan como los médicos no estaban ahí para sanar a la gente, su labor no era mas que la de permitir a la guerra seguir siendo tan cruda y malévola como fue diseñada. Tanto los médicos como los pacientes sufrían dentro de estas paredes, doctores buenos y malos, casos de salvación y muerte. Todos, humanos de por si, tienen su lado bueno y su lado malo, un día ayudaban al enfermo y al otro cocían paja bajo sus heridas esperando la putrefacción del individuo. Desde las ventanas de la enfermería solo se podía ver otro edificio, La Morgue. Los enfermos, como en la foto que vemos abajo, podían mirar de reojo, lo único que les causaba alguna ilusión, el cielo abierto, en el cual serían libres algún día.
El paso por la morgue es nuestra salida final, tal como los judíos, hindis, romas, homosexuales y muchos otros, nosotros entramos por el pabellón A y salimos por la morgue, con una diferencia, lo hicimos caminando.
Pero la historia de Sachsenhausen, no terminó con la liberación del campo por parte de los rusos, una segunda etapa se inició. La concentración de los Nazis culpables del holocausto. El campo tuvo tantos muertos en su etapa de dominación Nazi como en la etapa de dominación Rusa. El hombre como hombre no solo es capaz de rechazar un acto como el de los nazis sino que su naturaleza lo lleva a vengarse, de la misma forma que sus antecesores. El campo esta allí, y quiere recordarnos que ni los buenos, ni los malos tienen la libertad para acabar, culpar, asesinar o vengar. Que el hombre debe resguardarse el mismo hombre, y cada uno de nosotros del monstruo que lleva dentro.
3 comentarios:
Monito:
Super interesante este articulo. Gracias por hacernos participes de tu viaje!!!!
Marines
Muy chevere monito....
¿Será que algún día lograremos entender las oscuras pulsiones que llevan a los hombres a comportarse de esa forma con sus congeneres?
Nos seguimos viendo por acá....
Aunque como lo estan demostrando prestigiosos investigadores dia a dia el holocausto no es un hecho probado mas allá de toda duda razonable, siempre nos apena mucho ver este tipo de lugares y las victimas de todas los grupos etnicos que sufrieron la represion nazi.
El unico consuelo es que, como lo admitieron finalmente los judios, en Auschwitz no murieron 4 millones de personas sino alrededor de 1 millon, en Auschwitz-Birkenau, de todas formas es un suceso vergonzoso para la hsitoria del siglo XX
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